miércoles, 3 de agosto de 2011

GRAN PODER

                                                                        GRAN PODER

Todos los años, a finales del mes de Mayo o inicios del mes de Junio, las calles de la Paz, Bolivia, se convierten en una fiesta multicolor a la que merece la pena acercarse en nuestro próximo viaje. Acompañados por las bandas de metales, quenas, zampoñas  y danzantes, un ejército de “diablos” toma la ciudad. Hasta hace pocos decenios esta impresionante celebración no existía al menos en el grado de popularidad y participación que ha alcanzado en los últimos tiempos.



Todo lo que existía antes era la diablada de Oruro, un pueblo minero más bien triste, que tenía en su carnaval la festividad más importante de su calendario. Desde hace varios años, sin embargo, la Fiesta del Gran Poder que se realiza que se realiza en las fechas descritas, se ha consolidado como una de las celebraciones más populares, más concurridas y más coloridas de toda la América andina, hasta convertirse en una fiesta que merece, con creses, el que los turistas  suban hasta más de 4 000 metros sobre el nivel del mar  para deslumbrarse con los miles de diablos que desfilan por las calles de la ciudad de La Paz.

Fiesta del Gran Poder


La idea de la fiesta no tiene mayores complejidades. Al igual que en el Carnaval de Río, las asociaciones de danzantes y músicos de la ciudad son convocadas para participar en un desfile que dura todo un día, y que parte de los barrios altos de la ciudad para terminar en su centro, 600 metros más abajo.


Los albores de esta fiesta en la que los diablos son los protagonistas los hallamos en las localidades de Oruro en Bolivia y Puno en Perú, en las que desde hace siglos el punto culminante de las fiestas locales es el desfile de centenares o incluso de miles de diablos, personajes barrocos, de colores brillantes y rostros horribles, pero de una fealdad propia de una caricatura, capaz de despertar simpatía antes que temor.



Según la leyenda, estos diablos fueron creados por los indígenas que, explotados severamente por los conquistadores en sus minas, y ya convertidos a la religión católica, comprendieron pronto que el diablo era la criatura más horrorosa del nuevo panteón y lo utilizaron como pretexto para no descender más a las vetas. Para lograr esto, se provocaban impresionantes heridas en el interior de los túneles para hacer creer a sus capataces que, de tanto cavar, habían llegado hasta las puertas mismas del infierno y que, ya allí, se habían encontrado con el diablo, de quien apenas si habían podido escapar.

La historia no es clara acerca de si los indígenas lograban abandonar las minas con este truco, pero lo cierto es que la estrategia debió haber perturbado lo suficiente a los españoles como para que quedara grabada en la memoria popular de los vencidos, que luego la reciclaron en su folklore mestizo de la manera en que hoy la vemos, como una mascarada que sirve para burlarse del invasor diabólico.



Turista en la Fiesta del Gran Poder

Turista en medio de la fiesta tomada de Flickr por danipazzalapaz

Esa es la forma en que los diablos lograron incorporarse al universo cultural boliviano, pero lo cierto es que esta explicación histórica pasa a un segundo plano en cuanto inicia la gigantesca diablada, arrastrando todo en su torbellino de música y baile.

A segundo plano pasa también el carácter religioso de la fiesta, que a pesar de hacer referencia con su nombre al gran poder divino es, ante todo, una manifestación civil, una fiesta pagana  en la que el pueblo boliviano despliega por las calles de su capital económica un caleidoscopio abigarrado de colores y formas, heredero del barroco, un estilo que tras la Conquista marcó fuertemente las expresiones culturales de este continente, y cuya influencia pasó del arte sacro a la cultura popular, como puede apreciarse en los disfraces de estos diablos, que pueden llegar a pesar hasta 50 kilos.

Esto explica por qué de cuando en cuando, el calor hace que el caminar titubeante del terrible Lucifer recuerde, más bien a un corpulento asmático. Pero cuando eso sucede, el personaje se acerca al público donde nunca falta una mano caritativa que ofrece al infortunado Satán un poco de cerveza bien fría, que lo regresa con nuevos bríos a la calle, o al menos con las fuerzas necesarias para caminar un tramo más y volverse a detener para refrescar su garganta.

Esta sabia estrategia es la que permite que prácticamente todos los ángeles del infierno cumplan con su objetivo de llegar por sus propios pies hasta el final del recorrido, que es la iglesia de San Francisco, un templo barroco construido en el centro de la ciudad con piedras extraídas, en su mayor parte, de la zona sagrada de Tiwanacu. La confección de los disfraces representa para cada danzante una inversión equivalente a su sueldo de varias semanas.

Desfile por las calles

Desfilando por las calles tomada de Flickr por Els Klein Hofmeijer

Y, sin embargo, tras la festividad ese traje de luces queda en el olvido por el resto del año, sin recibir ninguna atención, salvo que el grupo sea invitado a participar en otras diabladas, como la de Oruro. A pesar de que el rojo y el negro son los colores tradicionales de Satán, la imaginación y la creatividad de los danzantes los ha llevado a utilizar todos los matices del arco iris para decorar a sus personajes, en los que predominan los azules, los amarillos y los verdes, junto con el plateado y el dorado, reforzados por centenares o quizás millares de fragmentos de vidrios y espejos, que multiplican los colores y la “luz del infierno”.




Pese a toda esta parafernalia en la indumentaria, estos diablos asustan a muy pocos, si acaso a algunos de los niños que se encuentran en las primeras filas a lo largo de todo el trayecto. En todo caso, son muchos más los que quedan asombrados con los músicos de las bandas de metales que los acompañan. Y no por la manera en que interpretan la música sino por su gran resistencia, capaces de tocar su instrumento con la misma retumbante eficacia durante las 10 o 12 horas en que desfilan por las calles de La Paz, a 4000 metros de altura.

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